Ebenezer-Epworth12/17
  Una nueva Amistad
 
Con toda seguridad has encontrado en tu andar personas a las que dedicaste tiempo y cariño, con quienes desarmaste tardes enteras conversando sobre cuestiones tales como el amor, la amistad, el futuro, Dios y temas similares. Ellas mismas, también, estuvieron a tu lado para disfrutar de pequeños momentos como tomar un café, caminar por un parque o compartir un día de cumpleaños. 

No sin nostalgia, recordar a quienes fueron nuestras amigas y ahora no están nos produce un dejo de tristeza: una tarde que nuestra amiga no llegó al encuentro semanal, un día de cumpleaños que se le olvidó, aquella vez que no estuvo cuando necesitábamos su compañía, un viaje que la alejó de nosotras sin poder hacer nada, y tantas otras situaciones hacen que ellas hoy no estén a nuestro lado... 

Estos últimos acontecimientos nos dejaron un sabor amargo que nos limita y condiciona para buscar y encontrar nuevas amistades. En otras palabras, es como si dijéramos: —¡No hay lugar para nuevas amigas en mi vida! 




 
Así de breve, y con desolación.

No es que andemos por la vida buscando una amiga como se busca una revista o un libro, pero cuando esa amiga no está con nosotras, verdaderamente la extrañamos.

La Biblia nos habla de manera muy especial sobre los amigos. Allí dice: «Un amigo es siempre afectuoso, y en tiempos de angustia es como un hermano» (Proverbios 17:17). 

Afectuosas, cariñosas, amables: todas nos podemos mostrar así y, de hecho, esa condición nos hace estar entre las amigas de varias personas. Pero hermana, y en tiempos de angustia, eso sí nos habla de un afecto especial, entrega, compromiso, y también de corazones unidos por el amor que proviene de Dios.

La Biblia nos habla de un hermano fiel que ayudó a Pedro, el apóstol, en medio de sus prisiones. He aquí su mención: «Por medio de Silvano, a quien considero un hermano fiel, les he escrito esta breve carta, para aconsejarlos y asegurarlos que las bendiciones que han recibido son prueba verdadera del amor de Dios. ¡Permanezcan fieles a ese amor!» (1º Pedro 5:12).

¡Qué maravillosa referencia! Pedro y Silvano, hermanos en la fe, fieles entre ellos y fieles a Dios. Juntos tienen la oportunidad de dar buenas noticias: asegurar a muchos otros hermanos que las bendiciones que reciben de Dios son prueba de su inmenso amor. 

Realmente es un gran privilegio compartir una misma fe, una amistad y una misión: ser de bien al prójimo.
La historia nos habla de otro hermano fiel que ayudó al misionero Hudson Taylor a sobrellevar momentos muy importantes en su vida. He aquí parte de su historia:

Corría el año 1856, y el conocido hombre de Dios, Hudson Taylor, misionero al interior de la China, desde años atrás estaba en aquel país iniciando la labor que lo dejaría como un ejemplo en nuestra historia. 

Por aquel entonces, Hudson Taylor habría de hallar un motivo de mucho gozo y compañerismo cristiano. Conoció a William Burns, un evangelista escocés, con quien congenió en seguida, pese a la disparidad de sus edades. 

“Esos meses felices fueron de inexpresable gozo y consuelo para mí. Nunca tuve un amigo espiritual como el Sr. Burns. Nunca había conocido una comunión tan segura y tan feliz. Su amor por la Palabra era una dicha, y su vida santa y reverente, y su constante comunión con Dios hicieron que su compañerismo satisficiera las ansias más profundas de mi ser”, [relataría Taylor, años después].*

Hasta el momento en que nos encontramos con ese hermano fiel, no podemos comprender verdaderamente el valor que tiene en nuestra vida. Un hermano fiel es como dice el escritor de Proverbios, uno que en «todo tiempo ama» y «es como un hermano en tiempos de angustias».

Tuve la oportunidad de encontrar camino al cielo una hermana fiel, que llega a mí justo a la mitad de lo que creo serán mis días. Ella es como lo fue Burns para Taylor — «su compañerismo satisfizo los anhelos mas profundos de mi ser» — porque Dios conoce con detalle a cada uno de sus hijos y siempre llega a nosotros con la medida justa. 

Imagino a Silvano, escribiendo al dictado de Pedro, ayudándolo a acomodar sus pocas pertenencias, pero más me gozo al imaginar sus momentos junto a Dios. Me parece escuchar sus oraciones o, más aún, escuchar a Pedro relatar las vivencias personales que tuvo con su Maestro.

Imagino a Taylor y a Burns con el mapa de China en sus manos, orando por cada habitante de ese país, por los misioneros (más de ochocientos) que Taylor preparó para continuar con aquella gran tarea.

Ahora pienso en mi nueva amiga y hermana fiel, en como es de tanta dicha para mí, para aconsejarme y asegurarme que las bendiciones que he recibido son prueba verdadera del amor de Dios.

Ahora pienso y me pregunto: En tu andar ¿has perdido una amistad? Dios está haciendo planes y desea que te encuentres con una nueva amiga. ¡Vamos, siempre hay tiempo y espacio para una nueva amistad!
 
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